Autoestima
21/3/2023
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Todo lo que nuestros padres nos pueden aportar

La figura parental juega un rol determinante en nuestro desarrollo. A través de ella, conocemos y creamos nuestro concepto del mundo y de nosotros mismos, lo que a su vez afecta a todos los planos de nuestra vida. Esta es la base de la Teoría Ecológica del psicólogo Urie Bronfenbrenner (1987) que defiende que el entorno y los cuidadores primarios son factores determinantes en el desarrollo de nuestros gustos, emociones, pensamientos y comportamientos. Esta teoría ha servido de base para el desarrollo de muchas otras disciplinas, como es la psicología del desarrollo, la cual intenta comprender “cómo y por qué las personas cambian o se mantienen iguales a través del tiempo”.

Si bien es cierto que el desarrollo de todo ser humano es un “proceso inevitable”, también es innegable que el rol de la figura parental lo afectará en su totalidad. Es por esto por lo que la figura parental debe poseer las competencias necesarias que le permitan asegurar no sólo la supervivencia de sus hijos, sino también su bienestar físico, mental y psicosocial.

A continuación, definiremos lo que es una figura parental segura, las aportaciones que nos brinda poseer una y las consecuencias que sufrimos cuando carecemos de ella.

Figura parental segura: ¿cómo se define?

Para poder definir una figura parental segura, primero debemos conceptualizar qué es una figura parental y las dimensiones que la componen. 

Según la psicóloga María Laura Esteban, las funciones parentales suelen ser ejercidas por los padres que educan y conviven con un niño, pero también las pueden desarrollar personas que no comparten lazos sanguíneos con los niños, pero que sean las encargadas de su educación y bienestar. De igual manera establece que las figuras parentales no tienen que estar representadas única y exclusivamente por un sujeto femenino y otro masculino, ya que el concepto de la familia es cada vez más dinámico y alternativo.

Según los psicólogos Baumrind, Maccoby y Martin existen cuatro estilos parentales: el democrático, el autoritario, el permisivo y el negligente, y estos se basan en dos dimensiones, la dimensión de apego/comunicación y la de control/exigencia.

Apego y comunicación

La APA (American Psychological Association) define el apego como el vínculo emocional que existe entre un recién nacido y su figura parental primaria, la cual conducirá al desarrollo de su concepto de seguridad y confianza, que nos puede informar sobre la tendencia que tendrá en la edad adulta al buscar y elegir las relaciones sociales que le aporten apoyo emocional.

La Teoría del Apego fue acuñada por el psiquiatra John Bowlby, quien consideraba que el apego se formaba en la infancia y continuaba a lo largo de la vida, siendo el vínculo entre padres e hijos un factor determinante en su desarrollo y progreso.  Según Colby y otros psicólogos como Mary Ainsworth, existen tres tipos de apego:

  • Seguro: los niños buscan protección y la reciben constantemente, por lo que desarrollan un autoconcepto y una autoconfianza positiva.
  • Evitativo: la figura parental no atiende las necesidades de los niños, por lo que se sienten inseguros y desplazados.
  • Ambivalente: la separación produce angustia y el apego puede llevar al enfado y, por lo tanto, los niños no desarrollan correctamente el sentimiento de confianza hacia los demás ni hacia ellos mismos.

En cuanto a la comunicación, la clasifican como unidireccional cuando es interpretada como coercitiva por parte de los niños, o bidireccional, la cual hace legítima la autoridad parental y es mejor adaptada por parte de los niños.  

Control y exigencias

Los autores establecen que esta dimensión está compuesta por tres factores:

  • Confrontación: define la forma en que los padres enfrentan los comportamientos desadaptativos de los hijos, la cual debe ser firme pero sin ser coercitiva.
  • Supervisión: por la cual la figura parental establece normas claras y expectativas realistas, promoviendo la autoconfianza y la autonomía de los niños.
  • Disciplina contingente: en la que usan refuerzo para potenciar una conducta deseada y castigo para disminuir o eliminar una conducta no deseada.

Los distintos cruces de estas dimensiones nos darían como resultados los cuatro estilos parentales anteriormente discutidos:

De los cuatro estilos parentales mencionados, el democrático es considerado como el más saludable y positivo de todos. Sin embargo, en la actualidad el enfoque está en la parentalidad positiva, la cual se refiere al comportamiento parental enfocado en el desarrollo y cuidado de los niños, estableciendo límites sin ser violento, y ofreciendo reconocimiento y orientación para un desarrollo pleno.

¿Cómo nos afecta no tener figuras parentales seguras?

Las figuras parentales nos introducen al mundo y, durante los primeros años de nuestras vidas, somos totalmente dependientes de ellas para el desarrollo de nuestro bienestar físico, cognitivo y psicosocial. Según el psicólogo Erik Erikson, nuestras experiencias tempranas son la clave para descifrar cómo un bebe dependiente se convierte en una persona adulta y autónoma que disfruta de un bienestar pleno.

A continuación, detallamos las cinco dimensiones psicológicas que se ven afectadas por la carencia de una figura parental segura:

1. Confianza

Según la primera etapa del desarrollo psicosocial de Erikson, los bebés desarrollan un equilibrio entre la confianza hacia las personas y los objetos de su mundo (que les permita formar vínculos) y la desconfianza (que los motive a protegerse). Si predomina la confianza, el niño desarrollará fortaleza, autoestima y autoconfianza, y al ser adulto, se sentirá capaz de satisfacer sus deseos y necesidades. Si predomina la desconfianza, percibirá el mundo como un lugar peligroso y la formación de vínculos íntimos con los demás será una cuestión difícil.  

2. Autonomía

La segunda etapa del desarrollo psicosocial de Erikson plantea el desarrollo de la autonomía y la fortaleza que emerge en esta etapa es la voluntad. Este logro de autonomía es uno de los pilares más importantes de la pedagogía Montessori, que busca brindarle a los niños un sentido de libertad que los empodere a decidir por sí mismos. En esta etapa, los niños juegan con el sentimiento de confianza adquirido y con la libertad que ganan a través del movimiento y el lenguaje. Se sienten más poderosos e independientes cuando pueden verbalizar sus opiniones y ponerse en marcha si es necesario. Si la figura parental es capaz de respetar la expresión de la voluntad propia del niño como un esfuerzo normal y sano hacia la autonomía, esto contribuirá a que desarrollen su sentido de competencia y autosuficiencia. De lo contrario, es probable que se desarrollen dificultades de aprendizaje, en la toma de decisiones y en tomar responsabilidad de sus actos.

3. Vinculación o apego

El apego se puede definir como un vínculo recíproco y duradero entre dos individuos, donde cada uno contribuye a la calidad de la relación. Es altamente probable que los patrones de apego que adoptamos de nuestras figuras parentales en nuestra infancia sean los que repliquemos en nuestra adolescencia y adultez. Por eso, los bebés con apego seguro se convierten en adultos cómodos en sus relaciones interpersonales, capaces de ser vulnerables y sensibles con los demás; aquellos que hayan sido criados con un apego evitativo pueden ser autosuficientes, pero lo más probable es que desarrollen una rigidez mental y que les cueste comprometerse en una relación de pareja, mientras que un estilo de apego ansioso generará adolescentes y adultos inseguros y desconfiados.

4. Autoestima

En las etapas de la temprana edad, los niños no son capaces de enunciar un concepto de autovalía, por lo que tienden a aceptar los juicios de los adultos que los rodean. Cuando la autoestima es elevada, los niños desarrollan motivación de logro, pero si la autoestima es contingente al éxito, pueden interiorizar que el fracaso en una actividad determinada sea una representación de su propia valía, por lo que se sienten desmoralizados cuando se equivocan y asumen que son “tontos”. Esto puede solidificarse con el tiempo, resultando en un adolescente y adulto que no se arriesgue por miedo a equivocarse. En contraste, los niños con autoestima sin que sea contingente al éxito saben identificar que el fracaso puede deberse a múltiples factores y, por lo tanto, tratan distintas alternativas hasta encontrar la que funciona. Estos niños desarrollarán no solo una autoestima saludable, sino también una dosis sana de resiliencia.

5. Socialización

La figura parental es la primera referencia social de todo bebé y, por lo tanto, es el primer indicio que se tiene sobre cómo dirigir la conducta en base a una situación determinada. A través de este hito del desarrollo, los bebés empiezan a reconocer las expresiones emocionales y a medir su comportamiento según las pistas que se le aporten. La ausencia de una respuesta atenta y afectiva por parte de la figura parental puede sembrar una pobre autorregulación, la cual es esencial para la socialización y para el desarrollo de las emociones autorreflexivas, como la empatía y la culpa. Un niño que no desarrolle una referencia social adecuada y que no sepa identificar si tiene o no la aprobación de sus figuras parentales ante ciertos comportamientos, tenderá a desarrollar un pobre control del impulso y le costará ser empático en sus relaciones interpersonales. Por otra parte, los que sí reciban una referencia social sana, serán más propensos a resistir las tentaciones y a reparar malentendidos, ya que sabrán interpretar las pistas sociales.

La presencia de una figura parental segura es uno de los mejores predictores de la felicidad y el equilibro emocional, potencia que desarrollemos una mejor regulación de las emociones y aumenta las probabilidades de que tengamos relaciones sanas y duraderas. Asimismo, se ha determinado que la presencia de una figura parental positiva reduce el riesgo de desarrollar síntomas depresivos y otros problemas de salud mental y es un factor clave para desarrollar resiliencia de por vida. 

Queda establecido, por tanto, que la figura parental es clave para la configuración de las diferentes dimensiones de la persona pero, dicho esto, eso no significa que esos patrones y maneras de relacionarse con el mundo no se puedan modificar con el tiempo y que tengan que marcar todas nuestras experiencias vitales. Aunque vayan conformando desde nuestra infancia nuestro modo de actuar ante el mundo, finalmente somos nosotros los que decidimos qué hacer con esos factores y si queremos cambiarlos, en caso de que nos provoquen malestar. Para hacerlo, muy a menudo necesitaremos la ayuda de profesionales de la psicología que puedan ayudarnos a desarrollar las herramientas necesarias para gestionarlo.

Referencias

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