Psicólogo Online
20/2/2022
8
min

Cómo diferenciar entre pereza y miedo

¿Alguna vez te has preguntado qué tienen que ver el miedo y la pereza? Comparar la una con la otra parece lo mismo que comparar peras con manzanas. Quizás pienses que lo que tienen en común es que has experimentado ambas más veces de las que te gustaría reconocer.  

A lo largo de la vida, aparecen numerosos retos que, a la vez, pueden ser oportunidades de crecimiento personal. Sin embargo, muchas veces evitas afrontar estas situaciones alegando que te dan pereza, ya que conllevan demasiado esfuerzo. El problema es que debajo de esta sensación de pereza, puede que lo que realmente estés sintiendo sea miedo: miedo a fracasar, al rechazo, o miedo a no sentirte capaz de enfrentar la situación. 

Para abordar los retos de la forma más efectiva posible, es importante saber qué emociones te generan. Por lo tanto, va a ser clave discernir si lo que sientes es en realidad miedo, “enmascarado” de pereza. El objetivo es poder lidiar con la verdadera causa del problema, transformando así dichos retos en una experiencia de crecimiento personal.

¿Qué ocurre cuando sentimos pereza?

Algo nos da pereza cuando sentimos que no estamos motivados para realizar una actividad o enfrentar una situación, aun siendo capaces de hacerlo (poseemos las habilidades y recursos necesarios). Puede ocurrir también que lo realicemos de forma superficial, con el mínimo esfuerzo posible.

La pereza puede darse en diversas situaciones y áreas de nuestra vida. Por ejemplo, podemos sentir pereza por hacer una tarea del trabajo, por empezar un hobbie, etc.

Esto no es lo mismo que la procrastinación. Cuando procrastinamos retrasamos actividades que necesitamos atender, sustituyéndolas por otras menos urgentes o importantes. La persona que procrastina termina llevando a cabo las tareas, aunque las haga en el último momento. Sin embargo, en la pereza, la persona no realiza la actividad en sí.

¿Qué ocurre cuando tenemos miedo?

El miedo es una emoción que sentimos cuando percibimos una situación como peligrosa, dañina o amenazante para nosotros.  

Estas amenazas pueden estar dándose en el momento presente, pero también somos capaces de anticipar o imaginar posibles amenazas futuras (aunque no ocurran). Por ejemplo, podemos estar nerviosos durante una entrevista de trabajo, o imaginarnos teniendo dicha entrevista, y ponernos tensos igualmente por anticipar que no vamos a saber responder a las preguntas. 

Es importante tener en cuenta que no hay algo que sea peligroso per se, sino que depende de los recursos (físicos y psicológicos) que pensemos que tenemos para enfrentarlo. Por ejemplo, sentimos miedo ante un incendio porque no contamos con las habilidades para apagarlo. Sin embargo, para un bombero no supone una amenaza tan grande puesto que tiene los medios necesarios para enfrentarse al mismo. 

Así, el miedo es como la alarma de una casa: un sistema que detecta, y nos avisa de que algo no marcha bien, pudiendo salir perjudicados o dañados. Es la manera natural que tenemos los humanos de protegernos y defendernos de posibles “amenazas”, tanto físicas (ej. una persona nos apunta con un arma) como psicológicas (ej. hablar en público). 

Como cualquier otra emoción, el miedo nos prepara para la acción, es decir, nos mueve a actuar frente a la situación. Contrario a lo que creemos, sentir miedo no es negativo, ya que es una señal de que algo no va bien. El problema surge cuando lidiamos con el mismo, tratando de suprimirlo, negarlo o evitarlo. Aquí es donde entra en juego la pereza. 

Así que lo que sientes… ¿es pereza o miedo?

Uno de los mecanismos que utilizamos para evitar afrontar aquellos retos que nos dan miedo, es decirnos a nosotros mismos que nos da pereza hacerlo. Nos autoconvencemos de que no tenemos las ganas o energía suficiente, o de que nos supone demasiado esfuerzo.

A corto plazo, puede que esto nos haga sentir tranquilos y seguros, ya que conseguimos “enmascarar” el miedo y “justificar” el no enfrentarnos a la situación. Sin embargo, a largo plazo, puede convertirse en un problema ya que no estamos gestionando la causa real del mismo. 

A continuación te ofrecemos las claves para distinguir el miedo de la pereza:

No te quedes en la pereza; ve más allá 

Desafortunadamente, muchas veces solemos funcionar en “modo automático”, es decir, no nos paramos a reflexionar sobre lo que nos ocurre. Probablemente, estamos tan acostumbrados a sentir, pensar o actuar de ciertas maneras, que no nos planteamos más alternativas. 

Por lo tanto, cuando sientas que una situación te da pereza, no pases de largo; tómate un momento para reflexionar sobre la misma y entender por qué te causa pereza, o si de verdad se trata de eso.

Analiza la situación: ¿qué pensamientos y emociones te genera?

  • Sumérgete en la pereza, es decir, imagina como si la estuvieses viviendo realmente (qué ocurre, dónde estás, con quién, etc.). Quizás te ayude escribir acerca de todo esto, o hablarlo con alguien de confianza.
  • A continuación, intenta describir las sensaciones que te produce la pereza en esa situación:

Puede que notes falta de ganas, energía o interés. Esto puede deberse a que has vivido un período de actividad largo e intenso, y lo que necesitas es un tiempo de descanso y autocuidado, algo que muy a menudo descuidamos y para lo que nos es muy adaptativo sentir pereza. Cuando esto ocurre, tienes intención de realizar la actividad, pero la pospones para más adelante (por ejemplo, te marcas un periodo de reposo y estableces una fecha concreta para retomarla). 

No obstante, puede ser que debajo (o junto con) esta sensación de pereza, sientas también cierto nerviosismo o tensión, ganas de huir o salir corriendo. Cuando piensas o hablas de la situación, notas cómo tu corazón se acelera ligeramente, o notas un nudo en el estómago. Estos pueden ser indicadores de que lo que sientes es miedo.  Así, la pereza se ha convertido en un mecanismo para “disfrazarlo”, y evitar enfrentarte a lo que te asusta. 

Para identificar si es miedo lo que realmente sientes, puede ayudarte recordar cómo has reaccionado en otras situaciones en las que lo sentiste, y pensar si esas sensaciones eran similares a las que estás experimentando ahora. 

En un primer momento, es importante normalizar esta emoción y no tratar de negarla o suprimirla. Ten en cuenta que solemos relacionarnos con el miedo de forma muy negativa, viéndolo como un problema. Lo descalificamos, pensando que nos hace parecer cobardes, débiles o inseguros. Por lo tanto, es lógico que intentemos “silenciarlo” de alguna manera. Parece que si no lo escuchamos, no nos afectará. Sin embargo, esto provoca la reacción contraria: el miedo se hace más grande, y no aprendemos a manejarlo de forma adecuada. Así, lo que podría ser una posibilidad de crecimiento personal, termina convirtiéndose en una experiencia de evitación y huida.

Explora los posibles miedos que “enmascara” la pereza

La situación te puede dar miedo por varias razones. Estas varían, dependiendo de si ésta es positiva o negativa para ti; porque sí, también podemos sentir miedo ante situaciones a priori positivas: 

Cuando una situación es positiva, va acorde con tus principios y valores, o sientes que te va a beneficiar de alguna manera. Ten en cuenta que una actividad te puede apasionar, a la vez que asustarte y generar incertidumbre (no son incompatibles). En este caso, los pensamientos asociados al miedo pueden ser: 

  • “Siento que no estoy preparado o no tengo los recursos suficientes para afrontarlo” (ej. no tengo el apoyo de otras personas). 
  • “Tengo miedo a fracasar o a que no salga bien”. O, por el contrario, “tengo miedo al éxito”. 
  • “Tengo miedo de no ser lo suficientemente capaz”.

Por el contrario, si la situación es negativa, suele ser una imposición externa (social, laboral, familiar, etc.), que no te motiva porque no tiene que ver con quién eres tú, ni con cómo quieres vivir tu vida. La consecuencia es la falta de ganas e ilusión para llevarla a cabo. Aquí, los pensamientos asociados al miedo pueden ser: 

  • “Tengo miedo de decir que no, o de enfrentarme a los demás”.
  • “Me asusta el rechazo si no lo hago”.
  • “Tengo miedo de decepcionar a otros”.
  • “Tengo miedo de no cumplir las expectativas puestas en mi” .

Para distinguir una experiencia de la otra, puedes imaginarte el siguiente escenario: 

Estás en una isla desierta donde no existen normas, obligaciones o expectativas que cumplir; no hay nada ni nadie alrededor. Todo aquello que te da miedo ha desaparecido. En este escenario ideal, ¿llevarías a cabo esta acción?, ¿qué piensas y sientes cuando te imaginas haciéndola? 

En definitiva, muchas veces creemos sentir pereza, o falta de ganas por llevar a cabo una actividad, cuando lo que se esconde detrás es el miedo. En ocasiones, son miedos asociados a proyectos de vida que nos motivan y van acorde con nuestros valores, pero lo que nos asusta es nuestra posible falta de capacidad, o el fracaso. Por el contrario, también nos podemos encontrar en situaciones que no casan con quiénes somos, y el miedo reside en ser asertivo con los demás y no dejarse llevar por las expectativas ajenas. 

Sea cual sea la causa del mismo, ten en cuenta que a lo largo de la vida te vas a enfrentar a numerosas situaciones que te asustan. El problema es tratar de evitarlas y no lidiar con el miedo que te generan. Nadie nos ha enseñado tampoco cómo hacerlo, por lo que es lógico que partamos de un gran desconocimiento. 

Si no sabes cómo reconocer y afrontar tus miedos, y se están convirtiendo en un obstáculo para ti, en Therapyside contamos con psicólogos que pueden ayudarte a lidiar con ellos, transformando estas situaciones en oportunidades de crecimiento personal.

[.test-button]Encuentra tu psicólogo[.test-button]

Temas relacionados: